Una vez fallecido Hugo Chávez planea sobre Venezuela el fantasma del golpe de estado. Venezuela
es uno de los principales países exportadores de petróleo. La marcha de
su economía depende, en buena parte, del éxito con el que se logre
colocar el crudo en el exterior. Sin embargo, lo que en principio parece
una bendición, se puede convertir en un problema. El analista M. A
Murado comenta el mal de fondo de la política venezolana: el de una
sociedad rentista en la que la política y la economía están
desconectadas. En Venezuela,
como en los países del golfo Pérsico, el petróleo hace que la gestión,
mejor o peor, afecte poco a los indicadores económicos; es una economía
que vive de rentas. Al mismo tiempo que esto favorece la corrupción y la
ineficacia (que en Venezuela son endémicas, han estado siempre ahí),
también las hace menos importantes a ojos de muchos votantes. En los
países del Golfo esto no plantea problemas políticos, porque se trata de
monarquías absolutas. Pero en una democracia como Venezuela este
tipo de economía rentista provoca una lucha por el poder en la que
segmentos enteros de la sociedad se enfrentan los unos a los otros, de
manera excluyente, por el control de ese flujo de riqueza. Con Carlos
Andrés Pérez, los beneficios se dirigían a la clase alta y revertían en
la clase media en alguna medida. Hugo Chávez los ha canalizado
hacia los pobres y en perjuicio de esa misma clase media. Entre ambas
opciones no parece que exista una solución de compromiso.
Lo que en un país con una economía normal se
resolvería con la alternancia en el momento en que la ineficiencia, el
cansancio o la crisis erosionasen al Gobierno, se convierte en Venezuela
en una competición a vida o muerte entre clases sociales que no valoran
la gestión que se hace desde el poder sino que exigen su turno para
ejercerlo en su beneficio. Esto es lo que hace tan dramático, y tan
difícil, un cambio de Gobierno en Venezuela: que en realidad se trata de
un cambio de régimen. En Rusia, otra economía rentista con democracia,
sucede lo mismo. Algunos expertos lo llaman «la maldición del petróleo».
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