LOS MESES DE
TINIEBLAS; EL CHE…EN EL CONGO
La permanencia de ocho
meses del «Che» Guevara en el Congo —desde abril hasta diciembre de 1965— fue
el periodo más enigmático de su vida. Diez años después de su muerte, son
todavía muy pocos los detalles que se conocen de aquella empresa efímera, a
pesar de que debió de ser un secreto compartido por más de un millar
de personas.
Aquí se queda la clara / la
entrañable transparencia / de tu querida presencia, / comandante «Che» Guevara…
Carlos Puebla
Sin embargo, lo más
intrigante son los motivos de índole personal y político que lo impulsaron a
emprender una cruzada, que entonces parecía tan lejana de su corazón, y tan
extraña a su carácter y formación cultural.
El «Che» había regresado a
La Habana el 14 de marzo de 1965, luego de una gira triunfal que lo llevó hasta
los suburbios del mundo, y que le dio una dimensión casi mítica a su imagen de
caballero errante de la Revolución. Era evidente que regresaba con la decisión
de incorporarse a la lucha del Congo. En efecto, apenas dos días después del
regreso, le escribió a su madre una carta extensa y rara que tenía todas las
apariencias de una despedida cifrada.
Le decía que pensaba pasar
una temporada cortando caña, y luego, cinco años dirigiendo una industria
nacionalizada. Esta carta fue el último rastro que se tuvo de él antes de que
reapareciera casi dos años después, en las selvas de Bolivia.Hay distintas
versiones sobre esos años de tinieblas. La más literaria pretende que la cia estuvo
siempre enterada de
los movimientos del «Che» Guevara, y que no sólo lo mantuvo bajo una
vigilancia estricta, sino que incluso lo ayudó a superar ciertos escollos —sin
que él lo supiera,
por supuesto— para conocer hasta el último extremo de sus propósitos.
Sin embargo, hay indicios claros de que la cia aceptó con facilidad la versión
ridícula de que el «Che» había sido ejecutado en secreto después de un
altercado con Fidel Castro.
El largo viaje
El «Che» Guevara salió de La
Habana el 25 de abril de 1965. Es verdad que en esa misma fecha escribió su
famosa carta de despedida a Fidel Castro, en la cual renunciaba a su grado de
comandante y a todo cuando lo vinculaba legalmente al gobierno de Cuba. Pero ha
sido una tontería bastante común interpretar aquella carta como una
ruptura. La amistad entrañable y la identificación política de Fidel Castro y
el «Che» Guevara no fueron nunca afectadas por las dificultades dramáticas
que trataba
de sortear la Revolución Cubana en aquella época. Más aún: no es posible
concebir la presencia del «Che» Guevara en
el África sin la complacencia
de Fidel Castro. Sólo que el «Che» Guevara tuvo la precaución de escribir
aquella carta inolvidable para no comprometer a Cuba en una acción
internacionalista que por motivos comprensibles debía parecer personal.
El viaje había sido
preparado por los servicios secretos cubanos. Un problema difícil era disfrazar
hasta hacer irreconocible a un hombre cuya imagen adornaba las paredes de medio
mundo. Además, la protuberancia de sus lóbulos frontales era una señal de
identidad irreparable. Más tarde, para el viaje a Bolivia, habían de
falsificarle una calvicie prematura y habían de ponerle unos lentes de gruesas
monturas de carey que le dieran un saludable aspecto de cura español. Para el
viaje al África, al parecer, el disfraz fue más sencillo: un corte de pelo muy
conservador, unos bigotes grandes y negros y un vestido de paño oscuro, muy
británico, con un cuello duro de banquero y una corbata de colores serios, como
nadie hubiera podido imaginar que fuera el «Che» Guevara vestido de civil. Una
precaución adicional para el viaje: nunca fumó en público los largos puros
habanos que ya parecían integrados a su perfil. La ruta que siguió el «Che»
desde La Habana hasta Brazzaville es difícil de establecer, pero sin duda fue
muy larga y confusa. Se sabe que viajó siempre en líneas aéreas comerciales con
un pasaporte falso, y que no sufrió ningún sobresalto en las aduanas numerosas.
En ninguna parte hizo contactos con embajadores o funcionarios cubanos y nunca
llegó a hoteles ni a casas de conocidos, sino a apartamentos solitarios
alquilados de antemano. Viajaba con un solo acompañante, un negro alto y bien
plantado que era al mismo tiempo su ayudante militar y el responsable de su
seguridad. Un hombre tan vistoso que llamaba la atención por todas partes, hasta
el punto de que el «Che» Guevara le ordenó
en broma que se pintara de
blanco para no despertar tanta curiosidad a su paso.
Al parecer, el único
contratiempo que tuvieron en el viaje
de ida y vuelta fue una falla
en los contactos de una capital europea. Mientras su ayudante trataba de
arreglar las cosas, el «Che» permaneció casi una semana en un apartamento
escueto, sin más muebles que las camas y una mesa para comer en la cocina.
Después de haber agotado los libros
que llevaba, la mayoría de los
cuales eran de literatura
y específicamente de poesía, se sumergía en intrincados enigmas de
ajedrez con el tablero y las fichas que llevaba consigo, y los libros de
problemas que compraba cada vez que tenía ocasión. No siempre fue tan prudente.
Al llegar
a otra ciudad donde debía dormir entre dos aviones, vio anunciada en la
marquesina de un cine La olimpíada de Tokio, una película documental que
tenía muchos deseos de ver. El responsable de su seguridad consideró que era
una locura
ir al cine aquella noche, y el «Che» fingió entender sus razones y se
acostó a dormir, pero tan pronto sintió roncar a su acompañante se fugó del
dormitorio y se fue al cine. Vio la película en un rincón solitario de un
teatro medio vacío. Sin embargo, cuando se encendieron las luces, su angelote
guardián, que descubrió a tiempo la evasión, lo estaba cuidando desde un
asiento cercano.
De Gabriel García Márquez
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