LA POBREZA DEL HOMBRE
COMO RESULTADO
DE LA
RIQUEZA DE LA TIERRA
FIEBRE
DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA
América era el vasto imperio del Diablo, de
redención imposible o dudosa, pero la fanática misión contra la herejía de los
nativos se confundía con la fiebre que desataba, en las huestes de la
conquista, el brillo de los tesoros del Nuevo Mundo. Bernal Díaz del Castillo,
fiel compañero de Hernán Cortés en la conquista de México, escribe que han
llegado a América «por servir a Dios y a Su Majestad y también por haber
riquezas».
Una sola bolsa de pimienta valía, en el medioevo,
más que la vida de un hombre, pero el oro y la plata eran las llaves que el
Renacimiento empleaba para abrir las puertas del paraíso en el cielo y las
puertas del mercantilismo capitalista en la tierra.
Nació el mito de Eldorado, el monarca bañado en oro
que los indígenas inventaron para alejar a los intrusos: desde Gonzalo Pizarro
hasta Walter Raleigh, muchos lo persiguieron en vano por las selvas y las aguas
del Amazonas y el Orinoco. El espejismo del «cerro que manaba plata» se hizo
realidad en 1545, con el descubrimiento de Potosí, pero antes habían muerto,
vencidos por el hambre y por la enfermedad o atravesados a flechazos por los
indígenas, muchos de los expedicionarios que intentaron, infructuosamente, dar
alcance al manantial de la plata remontando el río Paraná.
Había, sí, oro y plata en grandes cantidades,
acumulados en la meseta de México y en el altiplano andino. Hernán Cortés
reveló para España, en 1519, la fabulosa magnitud del tesoro azteca de
Moctezuma, y quince años después llegó a Sevilla el gigantesco rescate, un
aposento lleno de oro y dos de plata, que Francisco Pizarro hizo pagar al inca
Atahualpa antes de estrangularlo. Finalmente, la población de las islas del Caribe
dejó de pagar tributos, porque desapareció: los indígenas fueron completamente
exterminados en los lavaderos de oro, en la terrible tarea de revolver las
arenas auríferas con el cuerpo a medias sumergido en el agua, o roturando los
campos hasta más allá de la extenuación, con la espalda doblada sobre los
pesados instrumentos de labranza traídos desde España. Muchos indígenas de la
Dominicana se anticipaban al destino impuesto por sus nuevos opresores blancos:
mataban a sus hijos y se suicidaban en masa.
COMO UNOS PUERCOS HAMBRIENTOS
ANSÍAN EL ORO
A tiros de arcabuz, golpes de espada y soplos de
peste, avanzaban los implacables y escasos conquistadores de América. Lo
cuentan las voces de los vencidos. Después de la matanza de Cholula, Moctezuma
envía nuevos emisarios el encuentro de Hernán Cortés, quien avanza rumbo al
valle de México. Los españoles «estaban deleitándose. Como si fueran monos
levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les
renovaba y se les iluminaba el corazón
ESPLENDORES DEL POTOSÍ: EL CICLO DE LA PLATA
Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran
de plata en la época del auge de la ciudad de Potosí De plata eran los altares
de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones: en 1658, para la
celebración del Corpus Chrísti, las calles de la ciudad fueron desempedradas,
desde la matriz hasta la iglesia de Recoletos, y totalmente cubiertas con
barras de plata. En Potosí la plata levantó templos y palacios, monasterios y
garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el
vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura.
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