Sociedades por la Educación en todo el mundo

domingo, 7 de octubre de 2012

EDUCACION, COMPROMISO SOCIAL DEL DOCENTE



EDUCACION, COMPROMISO SOCIAL DEL DOCENTE

La educación tiene según lo expresa Hannah Arendt (1993), la misión entre el niño y el mundo, de manera tal que permite que el primero se integra en el asegundo minimizando el riesgo de rechazo que existe naturalmente entre ambos. Esta integración, que pasa también por formar parte de los grupos de personas que ya son parte del mundo, es decir, los adultos; implica para el educador hacerse responsable del uno y del otro, en cuanto a que su tarea como mediador entre ambos, va a determinar la manera como estos se relacionan y sus expectativas de sostenimiento. De ahí su autoridad, de su gran responsabilidad. El educador es entonces un ser privilegiado en la construcción no solo de la cultura, sino, como consecuencia de ella, de la sociedad, de la manera como sus alumnos ven al mundo, de las distintas perspectivas con que interpretan a este mundo, a la sociedad y a su existencia social e individual que otorgan un orden a su convivencia naturalmente gregaria.

Entonces, ¿Cómo asumimos los educadores dicha responsabilidad? ¿Estamos preparados para tomar el lugar que nos corresponde en la gran trama social? ¿Nos preparamos de manera de crear conciencia entre nosotros mismos de la importancia de nuestro rol? Ahora bien, ¿Qué estamos haciendo para responder a estas interrogantes? 

El compromiso social de la educación y del educador, ante el panorama al que se enfrenta, debe rivalidarse, reconceptualizarse, pues creemos que el compromiso radical de la escuela con la educación del ser humano no puede eludir su posición crítica con las políticas de injusticia y desigualdad. Esta debe seguir siendo una cuestión básica en todo educador. Para nosotros, la educación debe ser en esencia una liberación en cuanto a que autonomiza a la persona de aquello que la limita, la emancipa de sus determinismos, para que pueda hacerse a sí misma. Desde esa perspectiva el docente, como agente primordial del proceso educativo, debe definir un compromiso profundo y permanente con sus alumnos y con su práctica, de manera que responda a lo que la realidad le demanda en favor de la formación de éstos y como consecuencia de ella, de la formación de la sociedad y la cultura; compromiso que implica una toma de conciencia, es decir se opone a la enajenación, o sea a la pérdida, por el hombre, de lo que constituye su propia esencia y por consiguiente, la dominación del objeto sobre el sujeto y trae como resultado una acción pedagógica centrada en lo que puede ser una situación formadora, es decir, un espacio de práctica educativa mediadora entre sujeto y dispositivo pedagógico que contiene la trama de relaciones que instituyen, tanto la relación entre actores como la interacción entre saberes.

Como ya lo hemos dicho respecto del proceso de formación de los alumnos, para el caso de la formación de los profesores tenemos que tener en cuenta cuál es el rol que la educación como fenómeno tiene en la sociedad, la que a su vez va a definir lo anterior según sus particulares aspiraciones y forma de proyectarse en el tiempo. Pues bien, no es lo mismo esperar de la educación la repetición de un modelo social, que preparar un cambio de paradigma, y en este mismo sentido, no es lo mismo un profesor que trabajar por la perpetuación de un sistema, que aquel que lo hace por una transformación.  Lamentablemente las condiciones en las que esto se ha estado dando no son muy promisorias: la hegemonía de un paradigma cultural fundado en el positivismo científico e inspirado en el capitalismo económico ha dado como resultado la presencia de un profesor que se ha limitado a ser un mero transmisor de conocimientos y “las instituciones y programas de formación docente han sido mejor “escuela demostrativa” de la escuela transmisora, autoritaria, burocrática, que desdeña el aprendizaje”. Es en este último punto según se cree dónde está uno de los problemas más sensibles de la formación de los educadores: algunos de los profesores no sabemos reflexionar acerca de las prácticas pedagógicas que llevamos a cabo, lo que nos hace caer en el activismo sin sentido, motivado únicamente por el afán de obtener resultados (aprobados), cumplir nuestra función (pasar contenidos) o simplemente mantener ocupados a los alumnos para que no causen molestias (disciplina). No hay una mirada que trascienda la cotidianeidad y se proyecte a las significaciones que nuestro trabajo contiene, que se detenga, no sólo en las estrategias y en las didácticas propias de la enseñanza, sino que analice los precedentes que vamos sentando con cada discurso, análisis y en cada relación que establecemos con nuestros alumnos. Falta reflexión y crítica en la práctica educativa, falta la conciencia del rol social y cultural que lleva consigo el ejercer la docencia: falta la inquietud por trascender y hacerlo de buena manera, y eso se aprende.

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