EDUCACION,
COMPROMISO SOCIAL DEL DOCENTE
La educación tiene según lo expresa Hannah Arendt (1993),
la misión entre el niño y el mundo, de manera tal que permite que el primero se
integra en el asegundo minimizando el riesgo de rechazo que existe naturalmente
entre ambos. Esta integración, que pasa también por formar parte de los grupos
de personas que ya son parte del mundo, es decir, los adultos; implica para el
educador hacerse responsable del uno y del otro, en cuanto a que su tarea como
mediador entre ambos, va a determinar la manera como estos se relacionan y sus
expectativas de sostenimiento. De ahí su autoridad, de su gran responsabilidad.
El educador es entonces un ser privilegiado en la construcción no solo de la
cultura, sino, como consecuencia de ella, de la sociedad, de la manera como sus
alumnos ven al mundo, de las distintas perspectivas con que interpretan a este
mundo, a la sociedad y a su existencia social e individual que otorgan un orden
a su convivencia naturalmente gregaria.
Entonces, ¿Cómo asumimos los educadores dicha
responsabilidad? ¿Estamos preparados para tomar el lugar que nos corresponde en
la gran trama social? ¿Nos preparamos de manera de crear conciencia entre
nosotros mismos de la importancia de nuestro rol? Ahora bien, ¿Qué estamos
haciendo para responder a estas interrogantes?
El compromiso social de la educación y del educador, ante
el panorama al que se enfrenta, debe rivalidarse, reconceptualizarse, pues
creemos que el compromiso radical de la escuela con la educación del ser humano
no puede eludir su posición crítica con las políticas de injusticia y
desigualdad. Esta debe seguir siendo una cuestión básica en todo educador. Para
nosotros, la educación debe ser en esencia una liberación en cuanto a que
autonomiza a la persona de aquello que la limita, la emancipa de sus
determinismos, para que pueda hacerse a sí misma. Desde esa perspectiva el
docente, como agente primordial del proceso educativo, debe definir un
compromiso profundo y permanente con sus alumnos y con su práctica, de manera
que responda a lo que la realidad le demanda en favor de la formación de éstos
y como consecuencia de ella, de la formación de la sociedad y la cultura;
compromiso que implica una toma de conciencia, es decir se opone a la enajenación,
o sea a la pérdida, por el hombre, de lo que constituye su propia esencia y por
consiguiente, la dominación del objeto sobre el sujeto y trae como resultado
una acción pedagógica centrada en lo que puede ser una situación formadora, es
decir, un espacio de práctica educativa mediadora entre sujeto y dispositivo
pedagógico que contiene la trama de relaciones que instituyen, tanto la
relación entre actores como la interacción entre saberes.
Como ya lo hemos dicho respecto del proceso de formación
de los alumnos, para el caso de la formación de los profesores tenemos que
tener en cuenta cuál es el rol que la educación como fenómeno tiene en la
sociedad, la que a su vez va a definir lo anterior según sus particulares
aspiraciones y forma de proyectarse en el tiempo. Pues bien, no es lo mismo
esperar de la educación la repetición de un modelo social, que preparar un
cambio de paradigma, y en este mismo sentido, no es lo mismo un profesor que
trabajar por la perpetuación de un sistema, que aquel que lo hace por una
transformación. Lamentablemente las
condiciones en las que esto se ha estado dando no son muy promisorias: la
hegemonía de un paradigma cultural fundado en el positivismo científico e
inspirado en el capitalismo económico ha dado como resultado la presencia de un
profesor que se ha limitado a ser un mero transmisor de conocimientos y “las
instituciones y programas de formación docente han sido mejor “escuela
demostrativa” de la escuela transmisora, autoritaria, burocrática, que desdeña
el aprendizaje”. Es en este último punto según se cree dónde está uno de los
problemas más sensibles de la formación de los educadores: algunos de los
profesores no sabemos reflexionar acerca de las prácticas pedagógicas que
llevamos a cabo, lo que nos hace caer en el activismo sin sentido, motivado
únicamente por el afán de obtener resultados (aprobados), cumplir nuestra
función (pasar contenidos) o simplemente mantener ocupados a los alumnos para
que no causen molestias (disciplina). No hay una mirada que trascienda la
cotidianeidad y se proyecte a las significaciones que nuestro trabajo contiene,
que se detenga, no sólo en las estrategias y en las didácticas propias de la
enseñanza, sino que analice los precedentes que vamos sentando con cada
discurso, análisis y en cada relación que establecemos con nuestros alumnos.
Falta reflexión y crítica en la práctica educativa, falta la conciencia del rol
social y cultural que lleva consigo el ejercer la docencia: falta la inquietud
por trascender y hacerlo de buena manera, y eso se aprende.
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